El año pasado le pedí que me acompañara a una de las sesiones de difusión sobre el Síndrome de Asperger. Le sugerí que contara su experiencia, sus sentimientos, lo que él quisiera transmitir.... Esto fue lo que escribió....
Si bien el síndrome de Asperger
es algo con lo que se nace, yo no he tenido un diagnóstico “oficial” hasta los
25 años. Ya desde la niñez, mis padres apreciaban en mí una cierta “fijación”
por algunas cosas en particular (en mi caso, una obsesión desmesurada por los
coches, las carreteras y el automovilismo). Les sorprendía la enorme capacidad
que tenía para reconocer un determinado modelo a partir de detalles tan nimios
como un simple faro o retrovisor. Al mismo tiempo, en lugar de ir al parque o
la plaza a jugar con mis compañeros de clase, mi principal forma de ocio era
quedarme en casa jugando con mis cochecitos o mis videojuegos de carreras o
dibujando ciudades y carreteras. Otros temas que me interesaban (e interesan)
mucho son la geopolítica internacional
las noticias en general (leo el periódico desde que tenía siete años) y
los videojuegos (sobre todo, de carreras, estrategia y gestión).
Sin embargo, en el ámbito social,
las cosas eran de otra manera. Mi carácter hacía que no supiera controlar ni
identificar cuándo mis compañeros dejaban de prestarme interés en una
conversación, lo que provocaba que acabaran rechazándome por “pesado” o
“extraño”. Por otra parte, mis intereses se centraban en temas que, o bien
estaban fuera del alcance de su comprensión (la guerra de Bosnia, por ejemplo),
o que, por entonces, eran muy minoritarios (competiciones del motor). Además,
pese a que era capaz de entender, por ejemplo, algo tan complicado como el
funcionamiento de un motor o un videojuego de gestión, no entendía algo tan
sencillo como las relaciones sociales. A menudo, en mi lugar de veraneo, cuando
mis amigos venían a buscarme yo rechazaba la oferta por encontrarme inmerso en
un libro o en la lectura del periódico. Esto, que para mí resultaba lo más
natural del mundo, erosionaba las relaciones con mis amigos, y mis pobres
padres, pese al empeño que ponían, tenían que asistir a numerosos fracasos míos
de hacer amistades. Otro factor que no ayudaba en absoluto es que, como el
síndrome también causa dificultades en el ámbito motor, era muy “torpe”
haciendo cualquier deporte y ello provocaba las burlas de mis amigos y, por
descontado, siempre me quedaba de los últimos a la hora de elegir equipos.
Cuando tenía 10 años, fui
seleccionado para entrar en el Colegio xxx. Esto provocó una
pequeña “rebelión” por mi parte, puesto que no quería, bajo ningún concepto,
cambiar de rutina y colegio (si bien hoy, 16 años después, agradezco
inmensamente a mis padres el haberme presentado a las pruebas y todo su
esfuerzo). Un poco más tarde, la adolescencia llegó y, con ella, como a
cualquier otra persona, todas sus inquietudes, anhelos… y problemas. Si ya es
difícil ser un adolescente, imaginaos lo que es serlo con el síndrome: en el
colegio, era uno de los blancos de los “populares” para sus burlas y
humillaciones. Además, si ya de por sí era una persona poco sociable, todo ello
contribuyó a hacerme un poco más huraño: salía escasas veces por las
tardes/noches a relacionarme con mis compañeros. Afortunadamente, mis
compañeros me tenían mucho respeto por sacar buenas notas (ya sé que es raro,
pero el Colegio xxx es un poco peculiar) y, por supuesto, no todos ellos se
dedicaban a “chincharme”, llegando a hacer un pequeño grupo de amigos que
compartíamos algunos intereses. En este grupo, todos me percibían (y me lo
decían abiertamente, pero sin ánimo de ofender) como “raro”: decían que hacía
comentarios “fuera de contexto” o introducía temas sin sentido de cuando en
cuando, pero, sin embargo, me respetaban. Paralelamente, no bebo ni fumo, otro
aspecto que aumentaba mi condición de “raro”. De mis experiencias con el sexo
opuesto de entonces… no voy a decir ningún calificativo. Si no sabía ni
entablar una conversación normal con un chico, imaginaos con una chica. Aquí,
para acabarlo de rematar, existe otro inconveniente: como me cuesta entender el
lenguaje corporal, había dos situaciones posibles: o bien le estaba cansando y
yo no me daba cuenta o le estaba gustando y… tampoco me daba cuenta. Esto,
claro, me causaba una enorme frustración personal y malestar… pero, al menos,
lo compensaba con el hecho de ir bien en el colegio (el “sentido del deber”).
Llegaron los 18: mayoría de edad,
Selectividad y Universidad (además del anhelado carnet de conducir, que obtuve
a la primera). Escogí la carrera xxxs por
diferentes motivos (entre ellos, que me encantan las carreteras). La
Universidad me proporcionó una oportunidad para empezar “de cero” en el terreno
de las amistades (pese a que algún compañero de clase también entró y, por
supuesto, mantuve el contacto con ellos). Hice nuevos amigos con los que
compartí experiencias, buenos (y malos) ratos, equipo de fútbol… pero no os
creáis que en muchas ocasiones. No socializaba en exceso. Mi trastorno no me ha
supuesto ningún impedimento en el plano académico y conseguí, a lo largo de mi
estancia en la carrera, una beca para colaborar con un Departamento y unas
prácticas en empresa que exigieron superar el siempre difícil trago que es una
entrevista de trabajo, culminando en mi Proyecto de Fin de Carrera por el que
obtuve una calificación de Matrícula de Honor y numerosos elogios por parte de
mi tutor.
Como ya os he dicho antes, el
diagnóstico me llegó con 25 años. Las sospechas de mis padres comenzaron a
aflorar cuando tuve un sobrino pequeño al que se le diagnosticó el síndrome (si
bien, él lo tiene de una forma más marcada) y me conminaron a ir a la
Asociación para elaborar un diagnóstico. Éste me ha proporcionado “respuestas”
a ciertos comportamientos que he mostrado “inconscientemente” desde muy pequeño
y que mis familiares y amigos achacaban al mero hecho de ser yo “peculiar”. La
terapia de habilidades sociales me está permitiendo identificar comportamientos
“erróneos” y corregirlos. Quizá haga ahora ciertas cosas “por convención”, es
decir, “porque es la costumbre” y me han “enseñado”, a diferencia de vosotros,
pero soy capaz de comunicarme mejor. El hecho de tener el síndrome no me hace
ni peor profesional, ni peor persona: sencillamente, me hace diferente.
De qué me sonará a mi esto...
ResponderEliminarMe ha gustado mucho ver el testimonio de una persona adulta en el que vemos que pese a las dificultades consiguen lo que se proponen. Son nuestros chicos y si no fueran como son no serian ellos.Un saludo.
ResponderEliminarQue bonito! Asi contado, tan sencillo y a lavez tan claro! Animo y enhorabuena por ser como eres
ResponderEliminarMe alegro mucho que os haya gustado!...
ResponderEliminarRafa... si, si, ya se de qué te suena....
El, testimonio es real, soy madre de un adoadolesce asperger, son asi, luchadores, natos, lo malo, lo poco comprendidos. Pero gracias por tantas cosas bonitas que nos, proporcionan
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